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martes, 13 de septiembre de 2011

Razón y Furia



La Ilustración fue un movimiento cultural surgido en distin­-tos centros europeos, principalmente París y Edimburgo, 
que postulaba el triunfo de las luces 
de la razón sobre la oscuridad de la religión.

La ciencia (biología, medicina, economía, política, filosofía, etc.) develaría los misterios del mundo, “desmagizándolo” y reduciendo la religión a una práctica ritual personal. No se recurriría más a la religión para pedirle una explicación sobre el origen de la vida, la razón de las enfermedades y la muerte, o los enigmas del universo. La ciencia develaba esos misterios sin recurrir a narraciones fabulosas e inverificables. Siguiendo pasos racionales y comprobables, el conocimiento empírico iluminaba el mundo y liberaba al hombre de la superstición religiosa.
La religión como ordenadora de la sociedad también había fracasado. La Europa de la pos Reforma se había de­sangrado en interminables conflictos bélicos. Se hacía necesario establecer un patrón social independiente de la religión que permitiera la convivencia de distintas creencias religiosas en una misma comunidad. Las ideas políticas desplazaban lo religioso a la hora de diseñar un modelo de convivencia social.

Dualidad humana. A fines del siglo 19, el novelista Robert Stevenson, un representante del pensamiento ilustrado escocés, escribió El doctor Jekyll y el señor Hyde , mostrando la dualidad de la condición humana. El bueno del doctor Jekyll, a través de ciertos experimentos, se transformaba en el asesino Hyde. Con esta historia, Stevenson criticaba las contradicciones de la Ilustración.

Mientras su Edimburgo natal se transformaba en un centro de innovación científica y sus escuelas de medicina eran reconocidas mundialmente, la ciudad expulsaba fuera de sus muros a los pobres miserables y enfermos. Lo que no podía solucionarse con las luces era ocultado en las sombras. Lo escondido y negado reaparecía, en la obra de Stevenson, con una furia mortal.

En cierto modo, Stevenson anticipaba lo que serían las contradicciones del progreso del siglo 20. La Ilustración generó, en las sociedades modernas, sus propias oscuridades. Las elites políticas iluminadas impusieron sus proyectos científicamente objetivos (supuestamente) sobre una población que suponían ignorante y alienada.

Así, el nazismo, el estalinismo o, más cercanos, los militares brasileños de mediados de los años ’60, establecieron regímenes tecnocráticos que impusieron sus ideas de progreso sobre la vida de los pueblos.
En los ’70, los científicos sociales, al constatar la creciente e irreversible migración del campo a la ciudad, la creciente masificación de la educación escolar, y la transformación del trabajo y de las relaciones sociales, se animaron a pronosticar la muerte de Dios. Claro, Europa veía asombrada el vaciamiento de sus templos y la crisis de sus instituciones religiosas. La religión se arrinconaba en lo privado, abandonando la esfera pública.

Sin embargo, en el diagnóstico había una buena dosis de deseos. En esa misma década, América latina paría guerrillas de inspiración religiosa, terrorismos de Estado que reivindicaban la defensa del cristianismo, y grupos de derechos humanos impulsados por militantes católicos, protestantes y judíos.

Más aún, en una sociedad hipermoderna como la norteamericana, lo religioso seguía ocupando un lugar importante, ya fuera en el debate sobre la posibilidad de que un católico (John Kennedy) accediera a la presidencia, o en la lucha por los derechos civiles inspirada tanto por el pastor bautista Martin Luther King como por el musulmán Malcom X. Por más triunfos científicos (que los hubo y muy buenos) el doctor Jekyll no podía ocultar lo que había pretendido ignorar. El espectro de la religión recorría, si no Europa, el resto del mundo.


Las torres de Manhattan. El derrumbe de las Torres Gemelas puso entre paréntesis el diagnóstico de muerte de Dios. Como el señor Hyde, lo religioso irrumpía con furia en el espacio público. La prepotencia del Occidente noratlántico sobre el Oriente Próximo era contestada en un lenguaje religioso, “mágico”, “irracional”, “guerra santa”. Sin embargo la respuesta militar no fue menos sacralizada: las operaciones fueron bautizadas como “Justicia Infinita”, “Libertad duradera” o “Nuevo Amanecer”. Lo sagrado religioso era contestado desde un sagrado laico.

El 11-S cambió la forma en que los centros de pensamiento occidentales empezaron a ver “lo otro”.
En los últimos 10 años se incrementaron los estudios sobre lo religioso y sobre las religiones de “los otros”, fundamentalmente los migrantes musulmanes en la Europa secular pos cristiana. Y crecieron también los planteos de ateísmo militante, neopaganismo y secularización. La campaña de publicidad en los colectivos londinenses “Probablemente Dios no exista”, o los grupos ateístas cordobeses surgidos en torno a la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario son ejemplos de esta realidad.

El ataque al corazón de Manhattan nos ha hecho prestar atención a un debate que creíamos resuelto. La religión sigue presente en la esfera pública. Y el hecho religioso merece ser reflexionado fuera de los ámbitos teológicos. La universidad pública argentina, marcada a fuego por el materialismo (positivista, liberal o marxista) descuidó el estudio de lo religioso por considerarlo una fantasía irrelevante. Por desinterés de la academia, el estudio de lo religioso quedó sólo en manos de los creyentes. Esta tendencia se revirtió en los últimos años. Los debates sobre la influencia de la religión en la política internacional y en la vida cotidiana de los cordobeses han llevado a muchos investigadores a ocuparse de esta dimensión para entender mejor la realidad. Investigar la dinámica de lo religioso ayuda a comprender la sociedad en la que vivimos ya que la fe sigue influyendo en el comportamiento de muchas personas.

Y esto es bueno también para los que creemos. Es una oportunidad que se nos presenta para entender por qué las religiones han sido tanto vehículo de muerte y fanatismo como de vida y dignidad, de odio y desprecio como de respeto y amor.

Desconocer que la furia del Sr. Hyde también se oculta en lo religioso sería, a esta altura de la historia, de una ingenuidad irresponsable
(vía lavoz.com.ar)

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